Gimena Gallo leyó un poema de Ana María Ponce que en el medio del abismo, del vacío en la propia ESMA, escribe mientras está detenida ilegalmente en 1976: “Que no me mientan, detrás de mí, espera el fin. Que no me mientan, detrás de mí, están los recuerdos, la simple alegría de vivir libre. Detrás de mí, Quedó un mundo que ya no me pertenece… Me miro los pies. Están atados. Me miro las manos, están atadas, me miro el cuerpo; está guardado entre paredes, me miro el alma, esta presa … Me miro, simplemente me miro y a veces no me reconozco … Entonces vuelvo a mirarme, los pies, y están atados; las manos, y están atadas; el cuerpo, y está preso; pero el alma, ¡ay! el alma, no puede quedarse así, la dejo ir, correr, buscar lo que aun queda de mí misma, hacer un mundo con retazos, y entonces río, porque aun puedo sentirme viva” (Ponce, 2011: 57-58)
Es la escritura lo que le permite recordar el mundo y aferrarse a la vida. Necesita escribir: “Para que la voz no se calle nunca, / para que las manos no se entumezcan, / para que los ojos vean siempre la luz, / necesito sentarme a escribir” (Ponce, 2011: 16).
El pogo frente a la magia de los 5 ladinos permitió un desahogo compartido.